ESCRITURA AUTOMÁTICA



¡BUENOS DÍAS!

Abro los ojos. Me duele la cabeza...Resaca. Después del cuarto chupito no recuerdo nada. ¿Dónde estoy? Éste no es mi techo, ni ésa es mi lámpara. ¡Ay la leche! ¿Y quién eséste que ronca a mi lado? Está durmiendo boca abajo y no le veo la cara. Bueno, casi mejor, porque no recuerdo su nombre. Me voy antes de que se despierte. Café, necesito un café urgentemente, y de máquina.


¡Mierda!¡ Se me olvidó meter en bolso las gafas de sol! ¿Dónde está mi ropa interior? Bueno da igual, que se la quede de recuerdo, no vaya a ser que por buscarla se despierte éste. ¡Joder! ¡Qué dolor de cabeza! A ver, creo que lo llevo todo... bolso, cartera, móvil, llaves... ¿Le di mi número? Siempre se lo doy a los que no quiero volver a ver. Voy de puntillas. ¿Por dónde salgo de aquí? Espero no encontrarme con algún compañero de piso, que para colmo suelen aparecer por el pasillo en calzoncillos. Parece que está todo despejado.

Me cruzo con una vecina, que me da los 'Buenos días' por no llorar, porque por la cara que ha puesto ella ya me puedo imaginar la que llevo yo. No sé ni dónde está el interruptor para abrir el portal. ¡Ahí está! Al fondo a la derecha.

¿Qué calle es ésta? Bah... no importa, seguro que ni me suena el nombre. Para las calles soy malísima. Se me dan mejor las paradas de metro. Pero lo primero es lo primero. Necesito encontrar un bar para despertar las pocas neuronas que me quedan.

Uno con leche, muy caliente por favor. Y con dos de azúcar. Disculpe, ¿el cuarto de baño? Claro, al fondo a la derecha, cómo no. Me miro en el espejo aunque sé que es mejor no hacerlo. ¡Vaya pintas que llevo! Voy a lavarme un poco la cara aunque me la tenga que secar con papel higiénico. Si me viera mi madre...

Al salir veo un stand con postales de ésas gratuitas. Cojo una que sólo tiene una frase bien grande: 'HOY ES TU GRAN DíA'.Me hace gracia. Esa postal y yo somos un chiste malo. Me la llevo de recuerdo, para mi pared. ¿Me deja un boli por favor? A ver. 'Recuerdo de la mañana del 15 de Diciembre. Desconocido que ronca. Sin ropa interior. Bonita lámpara'. No sé si hoy será un gran día, pero desde luego ayer fue una gran noche.



LA BELLA DURMIENTE. LA VERDADERA HISTORIA

Digo que estoy aburrida, pero es mentira. Sólo lo digo para disimular, para justificar mi cara y no tener que dar explicaciones. Nada está saliendo como tenía planeado. Me vine a la gran ciudad, donde se supone que están las oportunidades para una princesa, pero no es así. No encuentras trabajo, no haces amigos y ni siquiera tienes madrastra. Lo único que encuentras es gente que ya no cree en la magia ni en los cuentos de hadas. Todos están locos… aunque quizás la loca sea yo, por pensar que aquí se resolvería todo. Lo único que puedo hacer es trabajar en una hamburguesería o como cajera hasta que encuentre algo de lo mío. Es increíble. Y pensar que una periodista llegó a princesa… ¿y qué pasa con las que somos princesas de verdad? ¿Es que no tenemos derecho a tener un reino o qué? Estoy sola en una ciudad que no quiere princesas, ni quiere quererlas.


Estoy sola, como todos los de esta ciudad. Se nota en las caras, en el silencio, en las respuestas cortas. La soledad es lo único que nos acompaña, que nos da las buenas noches y los buenos días. Lo único que siento es tristeza, nostalgia de otra vida, de otros tiempos mejores. Una mala racha dicen… pero yo siento que me hundo hacia dentro, y que hasta casi puedo ponerme del revés, como un calcetín. A veces veo mi corona en el perchero y me pongo a llorar. He tenido que sustituirla por una gorra grasienta con forma de pollo.


Me gustaría dormir durante días, y levantarme después viendo que han transcurrido realmente en el calendario. Es lo que más me apetece, desaparecer… ponerme mi camisón blanco de algodón y encerrarme entre las sábanas con la persiana echada. Preferiría no escuchar nada, ni a mí ni a los demás, ni el teléfono, ni el timbre, ni la cisterna del vecino… sólo la nada o los ruidos que yo quisiera escuchar, como mi respiración dormida. Podrían pasar semanas… o meses. Así le prestaría toda mi atención a la soledad, podría convivir con ella, conocerla mejor. Pero quizás me pierda en el silencio, olvidaría cómo suena mi voz, olvidaría mi risa… aunque ya hace tiempo que no la oigo. Ya no sabría ni mi nombre, porque nadie me llamaría. Sólo la tendría a ella.


Creo que tengo una semana tonta. Pero es que cada vez que lo pienso… ¡yo no vine para esto! ¿Y dónde estará el dichoso príncipe azul? Ése es otro que tampoco llega… quién sabe, quizás viendo lo visto hizo las maletas y se volvió a su reino. O quizás ha tenido que regresar a palacio porque ya se le acabó el paro y no llegaba a fin de mes.


Todo es un completo desastre. Lo mejor es que me vaya a la cama y deje de darle vueltas. Seguro que mañana lo veré todo con otros ojos. Espero que no me despierten mis compañeros ni los vecinos de arriba. Necesito descansar… … ¿Qué hora es? Vaya, el reloj se ha parado. Se le habrá acabado la pila. Hay que ver qué de polvo tiene la mesilla de noche. Creo que hoy me va a tocar limpieza de cuarto. ¡Qué sed tengo! Puag… tengo la boca súper pastosa. Y además tengo que ir al baño, así que va siendo hora de levantarse. U y, qué mareo… qué raro, si ayer no bebí nada. Voy a intentar caminar un poco y así me tomo algo con azúcar, por si es una bajada de tensión. Las piernas no me responden muy bien y me tambaleo bastante, pero creo que si me apoyo en la pared podré llegar a la cocina. Qué frío está el suelo. Todo el mundo me dice que por qué voy siempre descalza. Argh… qué sucio está todo, me estoy poniendo los pies negros. ¿Qué hora será? ¿Y dónde están todos? Tienen la puerta de la habitación abierta y no hay nadie. Bueno, puede que hayan dormido fuera. Pero… tampoco están sus cosas… qué extraño. ¡Vaya! Por fin, la cocina. Un zumito no me vendrá nada mal. ¡Pero bueno! Mira que se los tengo dicho, que no me importa que me cojan comida, ¡pero que la repongan después! ¡No han dejado nada de nada! Aish… y para colmo han cortado el agua. Menos mal que se me está quitando un poquito el mareo, porque menudo despertar. ¡Si lo sé no me levanto! Voy al baño, que con el ajetreo se me ha olvidado que me estaba haciendo pís. Perdón, quiero decir que ‘me estaba orinando’.


Menuda carita… se nota que he dormido de un tirón. Tengo los ojos hinchados como un sapo. Menos mal que no soy la princesa del cuento del guisante debajo del colchón, la pobre lo tiene que pasar fatal. Vaya… no me había dado cuenta de lo largo que tengo el pelo ya. Claro, si es que con la gorra ésa asquerosa cualquiera se deja el pelo suelto. Hoy me veo rara. Hay veces que me miro y siento que no soy yo. Una vez escuché por la tele a un psicólogo que decía que no es aconsejable mirarte fijamente a los ojos en un espejo durante mucho tiempo, porque por lo visto hay un límite que si lo sobrepasas, puedes llegar a sentir de verdad que tu cuerpo no es el que ves. Y el camisón… me queda enorme. Parece como si hubiese encogido. Si me viera mi abuela me reñiría, siempre me dice que estoy muy delgada. Pero la verdad es que ahora tiene razón. Bueno, ya me he mirado bastante. Voy un ratito a ver la tele, a ver si me repongo del todo.


Sigo tambaleándome un poco. ¿Necesitaré gafas? Mañana me revisaré la vista por si acaso. ¡Qué largo se me está haciendo el pasillo! Venga, poquito a poco. ¡Un momento! ¿Y todas esas cartas? Qué cantidad… ¡pero si cubren todo el suelo de la entrada! Espero que no sean facturas.

Cuando por fin logra cruzar el pasillo hasta el salón, se queda muy quieta en el marco de la puerta. Hay un chico. Está despreocupado, fumando un cigarro apoyado en el borde de la ventana mirando hacia la calle. No sabe quién es, quizás algún invitado de sus compañeros, pero no hay nadie en la casa… No entiende nada. Todo lo que está ocurriendo es demasiado confuso. Se frota los ojos con el puño cerrado porque le molesta la luz. Es normal, después de tanto tiempo... Intenta caminar hacia él pero da un traspié. Él se gira y sonríe. Parece que la conoce. Pega una última calada al cigarro y lo tira por la ventana. Camina muy despacio hacia ella para no asustarla. Ella no se mueve. No tiene miedo, pero no sabe qué hacer. El chico se acerca aún más y la abraza. Le acaricia sus despeinados rizos y le dice al oído: ´Espero no haberte despertado´.



SÍNDROME DE STOCOLMO

Huele a humedad. Llevo metida aquí…no sé, mucho más de lo que me gustaría. He pasado mucho tiempo a oscuras, callada, sola. Muchas veces me pregunto qué me llevó a entrar en este cuarto. Fue ella, ella me sedujo. Me prometió una vida nueva, llena de aventuras y de historias inolvidables. Me dijo que no me faltaría de nada, que todo lo que siempre quise estaba aquí.

Al principio fue así, pero con el tiempo ella cambió. O lo que es peor, me hizo cambiar a mí. Nuestra relación se convirtió en una posesión sin salida. Me mantuve a su lado porque nunca perdí la esperanza de que todos aquellos sueños y planes llegarían tarde o temprano.

Un día empecé a caminar por un largo pasillo. Dejaba la luz a mis espaldas y me dirigía a un fondo oscuro, que a la vez da miedo y a la vez te intriga, que a la vez te horroriza y te excita. Me di la vuelta y vi a lo lejos la entrada como un punto de luz, como una estrella. Estaba tan lejos de ella como de las que vemos en el cielo. Justo en ese momento pensé que quizás todos caigamos de las estrellas, saltando al vacío sólo para sentir la adrenalina. Después nos pasamos la vida queriendo volver a ellas pero ya no es posible, porque estamos demasiado cerca del asfalto.

La luz de la entrada desapareció y me invadió la angustia. Me apoyé en la pared, que estaba mojada y olía a humedad. Ella estaba allí. Escuché su voz. Se había adelantado para recibirme. Me dijo que entrase en este cuarto, que aquí dentro no me pasaría nada malo… Y aquí me dejó. A veces viene, me observa y se vuelve a ir. Juega conmigo y me deja la puerta abierta, pero prefiero quedarme aquí. Sé que es una locura, pero con ella me siento protegida.

Desde ayer no dejo de darle vueltas a una cosa. La puerta se ha quedado abierta y puedo salir, pero no sé si me está poniendo a prueba o si es una verdadera oportunidad para huir. ¿Me perderé si salgo? ¿Iré hacia la estrella o me adentraré más hacia el fondo oscuro sin querer? No se oye nada. Sólo se escuchan unas gotas que caen lentamente. Las paredes sudan, es la humedad. Es el momento de salir de aquí. Quizás si me lo pienso demasiado se dé cuenta y cierre la puerta. Pero ¿qué voy a hacer sin ella? ¿Qué va a hacer ella sin mí? Hemos pasado tanto tiempo juntas que ya no sé si somos la misma persona. Tengo que salir rápido. Las dudas me traicionan. Me levanto y me asomo. Ahora o nunca. Todo está oscuro y mojado. No sé si voy en la dirección correcta, pero no importa. Camino rápido intentando no caerme. Oigo mi respiración agitada. Me falta el aire. El miedo me acelera el pulso. Escucho un ruido. ¡Ella está aquí! Siento que viene hacia mí. No sé si lo que oigo son las gotas cayendo o son unos pasos. No quiero correr para que no escuche los míos. ¿Hacia dónde voy? Por favor, que aparezca la estrella, por favor que aparezca la estrella. Tengo los ojos abiertos y aterrados. No veo nada. Creo me he quedado ciega en esta oscuridad. ¿Y cómo veré la estrella?

Cincuenta y uno, cincuenta y dos…Cuento los pasos que llevo para no pensar en ella, si no tal vez empezaría a echarla de menos. ¡No mires atrás! Noventa y ocho, noventa y nueve…Veo mi mano con las uñas negras de suciedad apoyada en la pared. ¡Veo mi mano! ¡Hay luz! ¡Está al final! ¡Es la estrella! ¡Y no está muy lejos! Camino más rápido. Oigo que ella viene corriendo en la oscuridad. ¡Está muy cerca! ¡No quiere que me vaya! De pronto me freno en seco. Si me voy se quedará sola en este agujero, tan sola como yo estaba. Vente conmigo. ¡No te quedes aquí! ¡Empezaremos de nuevo! Pero tú no quieres venir. Quieres tenerme para ti sola, aquí, encerrada. ¡Lo siento!…lo siento…no puedo quedarme. Una estrella me espera. Adiós pequeña. Que tu locura no te devore. Que tu soledad no te ciegue.



LA VIDA MODERNA

¿Dónde están las sonrisas? Se venden en bolsa de plástico a un precio demasiado alto que sólo algunos pueden pagar. Rostros de cera que contemplan el mundo en los escaparates aislados por un cristal, a veces limpio, a veces no. Lo auténtico ya no está de moda. Ha pasado a ser una pieza vintage que muy de vez en cuando sale a subasta.

Vivimos por y para la pasta. Nos alimentamos de una para reunir la otra que nos compra los trapitos que reflejan lo que pretendemos ser, y que esconden lo que realmente somos. ¿Somos lo que vestimos? Somos trapos entonces. Así es la era de los creyentes en los ‘almarios’.

El único calor humano es el que se siente en el metro, sofocante, asfixiante… no queremos sentirlo. Preferimos sentir el frío al salir de la alcantarilla. Nos miramos en el reflejo de los vagones y no estamos. Somos vampiros que nos alimentamos del miedo de los que se resisten. Aún conservan su inocente mirada, pero pronto caerán. Tejemos una telaraña en la que nos dejamos devorar para poder devorar a otros. Es parte del amor odio de esta maqueta de piedra y estatuas de sal.

Ya no sabemos lo que tenemos que decir. Nos comunicamos para acusarnos unos a otros y nos endurecemos aunque no queramos. Es necesario para sobrevivir en la deshumanización del sujeto.
Detente un segundo. Respira. No sigas por este camino. No importa que te enseñen los colmillos porque entorpeces su tránsito. Alguien tiene que dar el primer paso. Ellos también quieren pararse pero no pueden. Caminan a la velocidad de su mente dispersa, que se distrae con todo pero no aprende de nada. ¿Qué estamos haciendo? Corremos hacia un agujero negro que terminará por engullirnos. Se nos acaba el tiempo.



7 a.m

A eso de las siete de la mañana me desperté. No sabía muy bien dónde estaba, y entonces vi el inconfundible techo de mi tienda de campaña que parecía que iba a rasgarse en cualquier momento, con esa tela de paracaídas que lo repele todo excepto el imposible viento que bufaba sin parar desde hacía cuatro días. No podían ser más inoportunas las ganas de ir al baño. Sólo de pensar que tenía que salir de allí y correr hacia los baños compartidos se me cortaba la sangre.

Decidí no pensarlo demasiado, lo mejor era salir despavorida. Me abrí paso como pude entre las mochilas y la ropa revuelta. Me puse la capucha de la sudadera y busqué mis chanclas sin saber muy bien si eran las mías o las de él. Respiré hondo y abrí la cremallera de la tienda maldiciendo en silencio.

En cuanto asomé la nariz se me erizó toda la espalda. A pesar de estar en pleno agosto, el viento era tan frío que parecía cortar la cara como una cuchilla. Lo bueno es que se veía todo perfectamente. Había una luz rosada que cubría todo. El día había comenzado y sólo los pájaros y el viento parecían saberlo. El camping permanecía dormido. Todo el mundo seguía en las tiendas, como gusanos en capullos esperando a que se les formaran las alas.

Empecé a caminar lo más rápido que pude esquivando tiendas y piquetas que no me destrozaran un pie. Sentía la arena fría entre los dedos. Seguro que hasta los pájaros se compadecían de mí.

Por fin llegué a los baños. Olían a una humedad familiar. Es un olor inconfundible que me recordó a los campamentos del colegio. La luz entraba por las ventanas superiores. Era extrañamente hermoso, entre decadente y romántico. Miré en cada una de las siete puertas azules de madera esperando no encontrarme ninguna sorpresa de algún adolescente borracho. Intenté acabar lo antes posible para mantener ese estado en el que estás medio despierto pero que en cuanto vuelves a la cama continúas con el sueño que dejaste a medias.

Respiré hondo dispuesta a echar una carrera de vuelta a la tienda, pero no pude moverme. No era el frío lo que me paralizó, era la belleza. Jamás pensé que al salir de los baños contemplaría la imagen más hermosa que había visto en mucho tiempo. La luz rosada había empezado a dibujar un degradado en el cielo junto con colores anaranjados. Cientos de tiendas de colores se extendían entre pinos gigantes que parecían una fortaleza. La luz apenas rozaba el techo de las tiendas y el viento las agitaba sin piedad. Miré hacia arriba y las ramas de los árboles parecían desperezarse. Olía a campo, a pino, a madera. Era un amanecer realmente hermoso y yo era una privilegiada de poder contemplarlo en primera fila.

Mi cuerpo engarrotado de frío quería volver a la tienda, y apenas sentía los dedos de los pies encogidos en las chanclas, pero aguanté quieta todo lo que pude. Merecía la pena cada segundo. Y entonces me sentí más animal que nunca, como un lobo o un cervatillo. Allí sola en silencio, sentí que pertenecía más a aquella naturaleza que a la tienda que me esperaba ansiosa. Pero mi cuerpo humano no pudo más. Corrí hacia la tienda para no congelarme y abrí la cremallera. Levanté de nuevo la mirada antes de entrar para contemplar unos pocos segundos más aquella maravilla, intentando memorizarla con todos sus detalles, sus colores y olores. Me despedí de ella como el que abandona su hogar.

En cuanto entré en la tienda mi cuerpo me lo agradeció, pero me entristecí. Sabía que tras aquella tela de paracaídas estaba teniendo lugar el espectáculo más hermoso que había presenciado en años. Sentí que estaba dejando pasar un regalo, una oportunidad única. No me quedó más remedio que volver a mi forma humana y meterme en mi capullo, con la certeza de que al despertar unas horas más tarde seguiría sin tener alas.